sábado, 21 de febrero de 2009

el Confesionario (segunda parte)

Al día siguiente volví a visitar al cura. La noche anterior estuve recordando anécdotas y experiencias buscando una que fuera apropiada. No demasiado fuerte, pero tampoco algo común. Quería que el cura lo pasara un poco mal. Que temiera un poco por mi seguridad, por mi fé y porqué no, un poco por la suya.
Cuando ya la había escogido, cerré los ojos y dormí placidamente, con los ojos frescos y la boca entreabierta, dibujando una sonrisa medio burlona, desafiante.
Como decía, a la mañana siguiente fui a visitar al cura. Lo que no sé es si se sorprendió al verme. No sé si se esperaba mi historia o esperaba que le dijera que realmente no era tan mala y perversa y lo más que había hecho era dejar que un chico me tocara las tetas. Pero no era así. Tras los saludos de rigor empecé a contarle mi historia, continuamente atenta a sus reacciones. Porque me interesaban. Porque me alertaban, me gustaban. Nunca olvidaré el suspiro que oí al otro lado del confesionario despues de decir:
- Hola Padre, soy Eva, he venido como me dijiste.
Salió del confesionario y yo esperé fuera con la cabeza agachada. Llevaba puesto un vestido negro, medias y zapatos de terciopelo, una bufanda, negra también y un abrigo, del mismo color. Levanté la mirada, avergonzada y encontré sus ojos intentando no hacer lo que la naturaleza le pedía como hombre. Lo noté en sus pupilas, pero reprimí mi sonrisa, para seguir con mi papel. De niña arrepentida. Niña buena. Sonrió al ver mis ojos, brillantes, creyendo ver fé en ellos. Comenzamos a caminar bajo los arcos de la iglesia, hacia el órgano. Callados al principio. Yo esperando a que empezara con sus preguntas y su párrafo inicial moralizante. El escribiendo ese párrafo inicial moralizante. Me habló de la virtud y de Dios. Del paraíso y el infierno, aunque sus argumentos parecían más destinados a él que a mí. Como si estuviera concienciándose para lo que venía. Como si viera peligro en sus creencias. En sus ojos.
Tras hablar de mi familia, de mi falso entorno tradicional y católico me dijo, que seguramente mi madre estaría orgullosa de que intentara encauzarme de nuevo en el buen camino. En cambio la realidad era muy diferente. Seguramente no compartiría conmigo ese ardor. Probablemnete le parecería irresponsable, pero por nada del mundo me mandaría frente a una sotana. Mientras yo analizaba mi mentira, el cura se paró y me dijo que me sentara en un banco. La parte más comprometedora y comprometida de la conversación estaba a punto de empezar y yo estrujaba mis manos, la una contra la otra, frías. Abrí las palmas y rodeé mis muslos con ellas. Subiendo y bajando por mis piernas, para hacerlas entrar en calor.
Empecé a contarle una de mis historias. Le conté que tuve un novio, que tenía mucho dinero. Pero lo importante no era ese chico, su nombre, su edad o el color de sus ojos, lo que realmente importaba era la historia, la pasión, el rojo de mis labios rodeándole, el rojo de su lengua entrando en mi.
- Recuerdo que la segunda vez que quedé con ese chico me llevó a una habitación de hotel en el centro. A pesar de ser claros nuestros porpósitos no resultaban vulgares en un lugar tan elegante como aquel. (Asiente el cura) La habitación era preciosa. Decorada al estilo victoriano, llena de detalles. Una enorme cama llamaba al olvido y multitud de espejos jugaban con la realidad y el deseo. Empezamos a besarnos. Yo estaba agusto, cómoda, sintiendo la calidez concentrada en mi vientre, el nervio en el púbis y el sofoco en la garganta. Yo entedía ese punto como algo normal. Incluso me pareció natural abrir un poco mis piernas para dejar que sus dedos empezaran a jugar conmigo. Pero de repente, no sé porqué, no sé qué pensé que me hizo sentir horrible, postrada en la cama con aquel chico sobre mí, aprisionándome, apretándome y pidiendo más, mucho más.
Yo empecé a ponerme nerviosa. A pensar en mi padre, en mi madre y en mil normas que me gritaban sin cesar que aquello no estaba bien. Intenté cambiar de postura, sutílmente, para poder acabar con aquella situación, pero o él no se dio cuenta o se enteró demasiado. La cosa es, Padre, que no me soltaba y que tenía su boca abierta pegada a mi nariz y resoplaba mientras intentaba quitarme las bragas. Yo no quería, en serio. yo no quería hacer nada más, pero su palma, abierta, estaba apoyada sobre mi monte de venus y por caprichos del destino, la tela de mis bragas fue la que entreabrió mis labios para beber de mí, antes que sus dedos, que no pudieron mas que notar mi agua, mi flujo. Yo le dije que parara, que no quería seguir pero él no paraba de sonreír, de decir que no mintiera, que estaba cachondisima, mojada y que tenía tantas o más ganas que él y que no había gastado el dinero para nada. Aquella frase, el sentir que no era para él mas que una niñata que quería follarse, fue para mí una humillación. La primera de tantas aquella noche, pero sentí en el estómago una punzada que más que dolor, me produjo deseo. Seguimos peleando por la custodia de mis muslos, mi coño, mis tetas. El cada vez más violento, yo cada vez más asusatda. Asustada por no comprender ninguna de sus reacciones, esa furia que nacía de mi piel y salía de él en forma de sudor.
Me dio la vuelta y me colocó los brazos en la espalda, partiéndome las muñecas. Me hacía daño, me hacía mucho daño y mordía mi nuca, dejando bien claro que me tenía completamente dominada. Yo gritaba, pero encontraba en mi huída su boca, que tapaba todo el aire que pudiera salir de mí. su boca cual ventosa, sus labios, su lengua, que me follaba, entrando y saliendo, como si estuviera haciendo una felación. Me ahogaba, pero en mi angustia también se leían gemidos que brotaban desde lo más profundo de mi sexualidad. Entonces agarró mis piernas con fuerza y las separó. Noté el peso de su cuerpo en mi espalda y sus dedos que abrían los labios de mi sexo sin ninguna delicadeza. Noté también como dejaba que bailara su polla recorriendo mi culo, mi coño, el principio de mi espalda, para reafirmar otra vez su superioridad. Empezó a jadear muy fuerte en mi oreja, lamiéndola, llenando de saliva mi oreja y mi cuello, mi pelo, mi cara. Yo movía rápido mi cabeza y mi cuerpo intentando echarle de mí, sin ninguna esperanza. Sin ninguna intención.
Noté como entraba en mí derepente, hasta dentro, sin preámbulos, sin dejarme tiempo para reaccionar. Me folló como un loco, desesperado. Yo creía que iba a reventar. Me dolía el cuerpo, me ardía todo y me debatía entre llorar o dejarme llevar hacia algún lugar desconocido que parecía en aquel momento más tentador de lo debido. Le seguí gritando que no. Que no y que parara cien veces más aunque mi cuerpo atraía al suyo, casi suplicando, casi rogando que aquella sensación no cesara jamás. Empecé a chillar. A chillar hasta desgañitarme y eso pareció encantarle. Pero paró. Paró en seco y se apartó de mí. Yo quería decirle que siguiera follándome, que me follara sin descando. Quería suplicarle . Y él lo sabía. Él que había estado violándome de una manera un poco consentida, había anulado todo el contacto en un solo segundo. Yo me giré y le miré. Llena de rabia por su crueldad, por su humillación, por su malicia. Por descubrirle tan retocido. Pero estaba demasiado cachonda Padre, demasiado cachonda como para empezar a analizar las conductas y la moral en ese momento. Empecé a gritar no sé porque, como si pidiera ayuda, intentando que creyera que no me gustaba eso. Pero resultaba ridículo. Volvió a pasar sus dedos por mi coño, que chorreaba y esparcio mi flujo. Por mi culo. yo me agitaba porque estaba apunto de correrme. Ya no podía más. Se contraían mis muslos. Se movía mi culo y entonces empezó a meterme un dedo. A estimularlo. Con aquello sí que no contaba pero esta vez entendí antes de que pasara qué iba a ocurrir. Noté la punta abriendose camino, yo gritaba, más fuerte aún, pero supo pararme para que no nos llamaran la atención. Tapó mi boca con su mano y yo completamente descontrolada empecé a chuparsela con ansia mientras él agarraba mi culo con fuerza y lo abría y lo partía en dos.
Creo que decidió por primera vez ayudarme. y sus dedos, empezaron a trazarme con maestría perdidos entre mis piernas y su cuerpo. Fue un final salvaje, lleno de convulsiones, gritos, gritos y jadeos y mil ruidos de aguas, de sudor, que se unían convirtiendo ese sexo en Dioss, el mejor orgasmo de mi vida. Lo siento, no quería nombrar a Dios en estas circustancias.
- A estas alturas, creo que no debería ser esa la mayor de tus preocupaciones.
- Me voy.
- Pero...
- Lo siento Padre, he de irme.
Lo sé. No tenía sentido avergonzarme en ese punto de la historia, pero una vez más solo usaba las circustancias, solo las manipulaba. Salí corriendo, alborotada. Seguí corriendo hasta llegar a un bar. Entré en el baño, levanté mis piernas hasta apoyarlas en la puerta y me masturbé recordando aquel hotel. Esa violencia que acudía en mi ayuda, cada vez con más frecuencia, cada vez con más fuerza. Colándose en mis medias, en mi coño y sobre todo en mi cabeza.

viernes, 20 de febrero de 2009

las parafernalias

Eran ya las 3 de la madrugada cuando te vi por primera vez, con tus ojos clavados en mi cuerpo.Supongo que no reparé en ti hasta un poco después, porque ni siquiera eras original en la dirección de tus miradas.Tetas, culo, corsé...Pero bueno, supongo que como todos los hombres sin ningún atractivo especial, tenías esa gracia, esa chulería que generalmente me gusta.La suficiente poca vergüenza como para acercarte a mi 20 minutos mas tarde y decirme que simplemente querías tener sexo conmigo porque tenía cara de ser inclreible en todo lo relacionado con el sexo. Unas tetas perfectas, labios carnosos, mi piercing en la lengua, mi pelito, pelo de viciosa como tú dijiste y eso, que querías tenerme desnuda en tu cama, como suponías habia estado ya en muchas otras. No te equivocabas del todo, pero tampoco sería cierto decir que había estado en más camas que tú.Supongo que eso se notaba, eso de la igualdad de condiciones y eso me gustaba. PLanteaba un reto interesante, no un simple polvo en el que que te luces sobretodo por la falta de imaginación de tu contrincante. Tu compañero, tu complice por una noche, pero a la vez tu contrincante. Y a mí siempre me han gustado los contrincantes duros, porque eso supone, una cantidad de placer proporcional.Estábamos entonces en tu cama. Desnudos. Sin más parafernalias, sin máscaras de rejilla ni armaduras musculosas.Solo dos cuerpos. Y entonces descubrí, entre charcos de sudor y demás humedades que no me servías para nada. Eras guapo, bonito cuerpo, bonitos besos. Pero eras demasiado pretencioso, querías marcarme para siempre, que te nombrara entre mis amigas como el polvo de mi vida, y lo siento pero no tenías cualidades para eso, aunque te lo trabajaras. Había otro hombre por encima de ti en la lista, y más arriba aún, en lo alto de la clasificación: Yo.Así es la vida. Yo vi también que seguramente nunca podría conseguir ser ese polvo numero uno, no al menos para ti. Que las preferirías más delgadas, o más guapas o más serviciales y que por lo tanto eso era más que sexo. Era un grupo de envolturas unidas para no hacerme sentir calor.terminamos sí. Pero supongo que, y si no, me alegro por ti, a los dos nos pareció sexo mediocre. Sin fuegos artificiales, ni de los innecesarios ni de los reconfortantes. Todo correcto, todo humedad eso sí. Una buena noche, una buena noche porque al terminar, recibí una llamada que sí me hizo sentir ese calor extremo que como otras veces llegó a ser desesperante. De todo se aprende.