sábado, 24 de enero de 2009

El Confesionario (primera parte)

- Hola padre.
- Buenos días hija.
- Padre, he pecado.
- Cuéntame hija
- Mire Padre, me cuesta decirlo. Me da vergüenza.
- Tranquila.
- Sí padre ¿Empiezo?
- Sí, sí.
- El otro día... el otro día hice algo. El otro día y muchos otros. Padre, me puede lo carnal, me pueden la pasión, el fuego, que noto crecer en mí cada vez más rápido, como si de una caja de fósforos se tratara. Mi estomago explota en pedacitos y es entonces cuando me dejo, cuando dejo que vuele la razón y mi cuerpo. Mi carne empieza a moverse sensual, a ondear sus curvas. Y entonces siento que soy una diosa Padre, una diosa pagana del placer y la fertilidad y dejo vagar mi mente por sórdidos mundos y esquinas que me consumen, llenas de humo.
- ¿A qué te refieres exactamente?
- Esos hombres me hechizan, sus cuerpos, sus miradas, sus gestos sexuales, sus palabras obscenas. Y cuando más sucia e impura me hacen sentir, más necesito yo que se tumben sobre mi cuerpo palpitante. Notar su vigor encerrado, presionarme, buscarme. Más necesito beber su saliva y bailar desatada como si fuera un animal, fiero y salvaje. Entoncs Padre, me entrego al placer y jadeo, y susurro, gimo, grito, respiro cada vez más fuerte, más desesperada. Loca por dentro, fuego por fuera. Ardiendo en las llamas de lo que no debería hacer. Tan joven, tan inocente, blanca como un ángel que espera que crezcan sus alas. Me gusta lamerles, beberles, dejar que me toquen, lascivos, libidinosos, sucios. Llenos de deseo, de necesidad por dejar que les cavalgue mi cuerpo y mi bondad. Mis piernas y mi pecho moviéndose en un baile acompasado y preciso, desatado.
- Para niña.
- Pero padre.
- Para. Creo que necesitaremos mucho tiempo para que me confieses todos tus pecados. Tendré que trabajar duro para sacar todo el mal que hay en ti y tú tendrás que aprender mucho. Necesitaremos fé hija mia. Quiero que vengas mañana a la mañana pronto. Esta noche los dos
- Sí Padre.
- Hasta mañana.
- Adiós.

Salí del confesionario nerviosa. Excitada. sintiéndome sucia y con olor a Iglesia, olor a tradición y a muros, a barreras. Pensando en qué perversa historia contaría a aquel cura que en ese momento se retorcería entre el bien y el mal, luchando contra la tentación constante que se abría ante el, entre sus piernas y su fé.

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